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Joaquín Estefanía reflexiona sobre la repercusión de una victoria de Trump en las elecciones de EE UU y sus consecuencias en la lucha contra el cambio climático.
A la nostalgia, ¡ni agua! Así suele aconsejarme mi amigo, el estimulante escritor y profesor de Literatura, Bernat Castany Prado. La verdad es que no me cuesta seguir su consejo porque la poca nostalgia que he ido sintiendo en mi vida la he canjeado. Y ahí me tenéis, descubriendo que en mi cazuela se estaba produciendo un pequeño prodigio que, como una representación teatral, nunca volverá a reaparecer con los mismos movimientos o idéntica textura. A fondo, hasta lo más pequeño. Ninguna nostalgia.
La jornada que cierra el año, tiempo de festejos, por gusto o por imposición, obliga a los periodistas, más si cabe, a un ejercicio de realismo. Toda esta prevención es aplicable, salvando las distancias, a los líderes del país. A los de la España autonómica, que en estas horas de cierre de 2025 se dirigen a sus conciudadanos para hacer repaso de lo que muere y preparar para lo que está por venir. La España plural se elige noticia de final de año a través de los mensajes de los presidentes de las comunidades.
El curso de la historia nos está invitando a reflexionar sobre palabras como hipocresía y realismo. Cuando analizamos el panorama internacional, vemos líderes que no tienen la más mínima obligación de guardar las formas a la hora de defender su poder. Imagino una gran cena de fin de año con Trump, Putin, Netanyahu y Xi Jinping, una cena familiar. Ahora podemos entender todas las mentiras que se escondían en los antiguos acuerdos internacionales. Había injusticias bajo las bellas palabras.