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Tenemos el deber, sin duda, de explicarnos a nosotros mismos qué ha sucedido en Valencia. Pero no hay un solo recurso en la elocuencia que pueda añadir nada sobre las torrenteras abiertas, la tierra rota por las aguas, tanta furia de la geología. Tanta muerte. El dolor nos vence así: arrebatándonos la utilidad y el consuelo de la palabra. Porque todos sabemos que a veces, como estos días en Valencia y en la Mancha, simplemente no hay consuelo.
Cuando te adentras en diciembre te da por creer que existe margen bastante antes de que acabe al año para resolver cualquier asunto pendiente.
Los prejuicios se repiten, generación tras generación. Idealizamos el pasado. De ahí que los mayores sean tan propensos a afirmar que en su juventud había disciplina y se estudiaba en serio.
Hay días de tránsito y de trámite, días sin ánimo de grandeza, sin otra vocación que cubrir los huecos entre un día y otro día. La Navidad abunda en esas puntas y recortes. Sí, hay días que son como miga de pan para rellenar el año. Son las cuentas de la vida, con sus flecos y sus versos sueltos, sus piezas sobrantes y sus ceros a la izquierda. Días como hoy, 26 de diciembre, que parecen no tener historia y que, sin embargo, nada nos impide hacer hermosos.