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Tenemos el deber, sin duda, de explicarnos a nosotros mismos qué ha sucedido en Valencia. Pero no hay un solo recurso en la elocuencia que pueda añadir nada sobre las torrenteras abiertas, la tierra rota por las aguas, tanta furia de la geología. Tanta muerte. El dolor nos vence así: arrebatándonos la utilidad y el consuelo de la palabra. Porque todos sabemos que a veces, como estos días en Valencia y en la Mancha, simplemente no hay consuelo.
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¿Cómo han de afectar las elecciones de Extremadura a la política nacional? Para saberlo bien habrá que esperar a que pasen las autonómicas en Aragón, Castilla y León y Andalucía. Será entonces cuando haya que echar cuentas y ver dónde llegan las abolladuras de Sánchez y la aureola de Feijóo. Pero eso es ya en junio y ahí no alcanza ni la mirada profética del mago de Logrosán.
Lleva razón María Guardiola cuando sostiene que hay que evitar que nos roben la democracia, como aseguró en su cuenta de X tras el robo de 124 votos en una oficina de Correos de Extremadura. Pero robar la democracia también es lanzar sospechas sin fundamento alguno. La democracia y el voto son el acto supremo, son algo tan importante y serio que no hay que frivolizar con ellos en aras de arañar unos pocos votos. Una estrategia que no es nueva ni en España ni en el mundo.