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El presidente del Gobierno hizo ayer su tradicional balance de fin de año. Los objetivos se van cumpliendo, la economía va como un tiro, la desigualdad disminuye, España se crece en su liderazgo internacional... El balance del año global es positivo, pero si miramos más allá hay que hacerse algunas preguntas de verdad. ¿La economía va tan bien para todos? ¿De dónde mana ese malestar que lleva más de una década instalado¿ ¿Quedarán los asuntos judiciales, como el Gobierno dice, en nada, o volveremos a encontrar casos de redes de corrupción que creíamos ya extirpadas?
En el año 2024 se ha trasplantado un riñón porcino a un ser humano, Arabia Saudita ha acogido un desfile de trajes de baño y en París tuvieron lugar unos Juegos Olímpicos de lo más pintones. Incluso un modesto puesto de tacos, allá en México, ha conseguido una estrella Michelín. El futuro no es tan mal lugar, toda vez está por escribir.
Termina el año y pese a la apelación que hizo el rey en su discurso de Nochebuena, a una mayor serenidad en el debate público y también a una mayor responsabilidad por parte de la clase política, no parece que las cosas vayan por ese camino. Con este debate en blanco y negro realmente no vamos a avanzar mucho como sociedad ni desde luego nuestros políticos van a recuperar la confianza de los ciudadanos.
Es tal la cantidad de información que se difunde para prevenir el envejecimiento que pronto se nos culpará de los efectos del tiempo del mismo modo que se nos culpa del sobrepeso y la obesidad. De nuevo se fiará todo a la superpoderosa fuerza de voluntad, el Mefistófeles al que vendemos nuestras almas contemporáneas.